J.W. Goethe, Los Misterios (1785)

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Sala-XIV: Literatura y Masonería

"LOS MISTERIOS" DE GOETHE (1785)

Goethe escribió "Los Misterios" a los largo de 1784 y 1785. Luego la obra quedó estancada la obra hasta que fue publicada en 1815. Una Asociación estudiantil reunida en Koenigsberg le rogó una aclaración sobre ese “enigmático fruto de su ingenio”. En abril de 1816 publicó Goethe una prolija respuesta a ese comunicado en la Hoja de la Mañana:

“Debo dar por supuesto que el lector conoce esa poesía; pero he de mencionar, no obstante, de ella lo siguiente: recordaréis que en cierta ocasión un joven religioso, habiéndose perdido en una región montañosa, acabó por salir a un ameno valle, donde halló un edificio magnífico, cuya traza indicaba servir de mansión a una comunidad de hombres piadosos, misteriosos. Encontró allí el peregrino doce caballeros, que, después de una vida borrascosa, en la que hubo hartos trabajos, dolores y peligros, tomaron la resolución, que se comprometieron a cumplir fielmente, de retirarse a aquellas soledades para servir a Dios en secreto. Un decimotercer caballero, al que los demás acataban como a su superior, estaba a la sazón a apunto e despedirse de ellos y de la vida; no sabemos cómo, es lo cierto que en los últimos días de su vida había empezado a referir cómo fuera aquella, y de esa relación diéronle al recién llegado hermano en Cristo un breve compendio, muy bien recibido. Terminaba el cuento con la aparición en medio de la noche de unos alegres jóvenes que, corriendo ligeros por los jardines, antorcha en mano, festivamente los iluminaban.

“Ahora bien: para exponer aquí el ulterior designio -mejor dicho, el plan general- y también el objeto del poema, empiezo por conducir al lector a través de una suerte de Montserrat ideal, y luego que ya recorrió las distintas regiones de montañas, rocas y alfoces, le hago que salga de nuevo a dilatadas y felices llanuras. Luego visitaría en su celda a cada uno de aquellos monjes soldados, y mediante la observación de las diferencias climáticas y nacionales, vendría en conocimiento de que aquellos excelentes varones habían ido a reunirse allí desde todos los cabos del mundo, y allí adoraba cada cual en secreto, y según el propio rito a su respectivo dios.

“El lector u oyente que hiciera esas jornadas en compañía del hermano Marcos habría de darse cuenta de que las diversas maneras de pensar y sentir que, debido al ambiente, el paisaje, raza, necesidades y costumbres, se desarrollan en el hombre o le son inculcadas, habían de aparecer aquí representadas en las personas de individualidades selectas, así como también el ansia de una cultura superior, que aisladamente incompleta, podría alcanzar dignamente gracias a la vida en comunidad.

“Pero para que eso sea posible hanse reunido en torno a un hombre que se llama Humano; a lo que ciertamente no se habrían avenido, de no sentirse todos ellos algo semejantes y allegados a él. Ahora bien; éste medianero está a punto de dejar inopinadamente este mundo, y ellos escuchan ahora, tan afligidos como edificados, la historia de las peripecias de su vida. Aunque no es él solo quien cuenta su vida, sino que cada uno de aquellos doce individuos, con los que en el transcurso del tiempo mantuviera contacto, puede dar también  noticia e información de una parte de aquella existencia azarosa.

“Aquí debía suponerse luego que aquella religión especial había alcanzado un apogeo de florecimiento y fruto, en el que llegara a acercarse, mejor dicho, a compenetrarse totalmente con aquel caudillo y medianero. Estas épocas debían encarnarse y mostrarse determinadas en aquellos doce representantes, de suerte que apareciesen allí el reconocimiento de Dios y la virtud en su más diversas formas, pero siempre dignas de todo respeto y todo amor. Y ahora ya podía, pues Humano despedirse de ellos, tras larga convivencia, por haber tomado cuerpo su espíritu en cada uno de sus compañeros; y habiendo pasado a ser patrimonio común de todos ellos, no había ya menester de ninguna envoltura corporal propia.

“Luego de haber llevado así, tras este boceto, al oyente, al interesado por toda suerte de lugares y tiempos y mostrádole lo más deleitable que doquiera y en diversidad de formas haya producido el amor de Dios y de los hombres, debía brotar la más grata de las sensaciones, ya que no debían hacer acto de presencia por parte alguna el desvío, el abuso y la hipocresía, que en épocas determinadas hicieron odiosas todas las religiones.

“Ahora bien: como toda esta acción se desarrolla en la época de Cuaresma, es el emblema principal de esta comunidad una cruz entrelazada de rosas, lo que, desde luego, hace ya suponer fácilmente que la eterna duración de la realzada condición humana, que el día de la Pascua confirma y sella, estaba llamada aquí también a hacerse patente, en su consolador efecto, con motivo del óbito del Humano.

 “Pero para que tan bello haz de criatura, no careciera de una cabeza y un personaje central, viene una extraña disposición y revelación del hado a colocar al hermano Marcos en el eminente lugar que, bien ganado, sin vastedad de miras ni esfuerzos por lograr lo inlograble, pero sí por la humildad, abnegación y leal desvelo en el piadoso circulo, lo erige en jefe de una bienintencionada comunidad, en tanto subsistiere sobre la tierra.

“Si se hubiese publicado completo este poema hace treinta años, en la época en que se concibió y empezó a conocer, habríase anticipado en cierto modo a su tiempo. Hoy día también, aunque de aquella fecha acá se hayan vuelto más amplios, más puros los sentimientos y más ilustradas las miras, quizá se viera con gusto, vestido con poéticos arreos, aquello que todo el mundo acata, y se confirmar por su medio el lector en esas ideas en que el hombre completamente solo, en su propio Montserrat, puede encontrar dicha y sosiego”. 

Son los Misterios la expresión consumada del espiritual desapego de Goethe. Aun habiendo roto con el cristianismo positivo y las instituciones eclesiásticas, aún conservaba la necesidad de creer y andaba a la busca de un símbolo adecuado para cifrar en él, sin ningún atadero confesional, la base de sus anhelos. La tendencia deísta no podía brindarle ningún consuelo, ya que para Goethe el primer artículo de la fe era la difusión y revelación de lo divino en el reino de la creación. Pero ¿cómo llegarnos a lo divino como a un principio moral, y cómo rellenar la inmensa brecha entre el dechado perfecto y el hombre que yerra? Este misterio había de presentarse en forma plástica mediante una intuición que el autor tomará de los mitos dándole luego un desarrollo ulterior independiente. En una conversación con Eckermann (1 de baril de 1827): “Derivó finalmente la conversación hacia el problema de cómo se implantó la moral en el mundo. Por obra de Dios mismo-respondió Goethe-, como todo lo bueno que en El hay. No es, en modo alguno, fruto de la reflexión del hombre, sino una índole hermosa, ingénita e innata. Es congénita en mayor o menor grado al hombre en general, aunque en grado superior solo es patrimonio individual de algunos seres preferentemente dotados. Estos seres han revelado, mediante sus hazañas o enseñanzas, su divina intimidad, que también en el acto, por la belleza de su aspecto, inspira a los demás hombres amor, moviéndolos poderosamente a respeto y emulación”.

Esta idea del hacerse visibles las cualidades divinas en algunos hombres especialmente favorecidos late ya en el fondo del poema Lo divino, repitiéndose luego hartas veces en la lírica goethiana. En este ciclo de ideas encaja también el plan a que habían de ajustarse los Misterios; según las propias declaraciones de Goethe, no cabe dudar de que el llamo Humano, el caudillo de aquella comunidad de monjes soldados, hace el papel de un intermediario entre la Humanidad y la divinidad, por haber salido airoso de la prueba más ardua de la vida, venciéndose a sí mismo. Los doce caballeros monjes son hombres morales, nobles (en el sentido del himno “La divina”), y también como dignos representantes de la idea de Dios. El recién llegado, el hermano Marcos, sin comprender el sentido profundo y el simbolismo de los misterios que le rodean; es recibido por los otros como digno sucesor del moribundo Humano. También en el fondo de esto radica una idea típicamente goethiana, que ya asoma sobre todo en las baladas indias (El dios y la bayadera y El paria) la de que también aun al ser más ruin le es dado el poderse elevar por su propio valer, y especialmente por sus cualidades morales, por sobre su condición social y encumbrarse incluso a las supremas jerarquías. Esa figura de su hermano Marcos, puede haber sido inspirada en el otro hermano descrito por el masón Lessing.

La idea masónica de la “religión de la Humanidad”, que se remonta a los estoicos, a partir del Renacimiento y juntamente con un incremento del ansia de libertad política y religiosa, había prendido raíces cada vez más profundas en el terreno cultural de Europa, y pudo alcanzar su floración en la poesía germánica. Merced al masón Herder, se había fortalecido Goethe en su necesidad de un culto de lo divino, independiente de todo dogma y confesión, y también Lessing, al encarnar su idea de la Humanidad en Natán el Sabio. No es, por otra parte, mera casualidad tampoco el que la idea de los Misterios se le ocurriera a Goethe en la época en que más empeñado estaba en sus estudios sobre Spinoza, y su Etica.

Finalmente, Goethe se basa en la idea de una unidad morfológica de todos los seres vivos que ya había desarrollado en 1784. Sin duda alguna, al componer sus Misterios expone la cuestión de hasta qué punto las revelaciones de lo divino en la historia de la Humanidad ha de concebirse tan solo como formas aparenciales de un mismo idéntico instinto básico y de referirse a un credo común. Es esta la voz de la verdad y del Humanidad, de la que Ifigenia dice:

“Oyendola todos

los nacidos bajo cualquier cielo

por cuyos pechos corre la fuente de la vida pura

y sin trabas.”

Aquí intervienen más bien conceptos platónicos, que son ya inseparables de una filosofía idealística.

Los masones, rosacruces e iluminados han dejado huellas sobre todo en novelas y libros de filosofía popular, que operaban como una suerte de corriente romántica subterránea, en oposición a la insulsa literatura de la ilustración (Aufklärung). Goethe tomó personalmente parte vivísima en todos esos esfuerzos e hizo uso de ello. Por ejemplo, la descripción del salón en los Misterios recuerda vivamente aquel capítulo de los Años de aprendizaje, en que Jarno conduce a Guillermo a aquel misterioso salón, colgado de tapices, donde a vueltas de ceremonias muy impresionantes, le es entregado al joven el diploma de reválida de su aprendizaje. En forma enteramente análoga recibe el hermano Marcos, al quedarse parado y suspenso de asombro ante el tapiz, la seguridad de que habrán de introducirlo en lo más interior. Los rosacruces del siglo XVIII teníanse por los sucesores de una orden más antigua, la Fraternitas roseae crucis (1614 y 1615). Andreä, cuyos trabajos fuéronle conocidos a Goethe por conducto de Herder, ocupóse muchísimo en la idea de una comunidad de hombres morales descollantes.

El paragón que hace el poeta de aquellas rocosas alturas por donde camina el hermano Marcos con el “ideal Montserrat” debe atribuirse a una descripción que A. von Humbolt hiciera de esa montaña (en las inmediaciones de Barcelona), y que en 1800 enviará a su amigo. Pero también ya en los primeros tiempos de Weimar se encuentran en los escritos de Goethe ideas análogas de un lugar de retiro en relación con su tendencia a retraerse temporalmente del mundo: 

FRAGMENTO DE LOS MISTERIOS

¡Extraño canto el que aquí se os depara; oídlo con gusto y llamad a todos para que acudan! Por montes y valles cruza el camino; aquí encuéntrase cohibida la mirada, allí vuelve a explayarse libremente, y si poquito a poco va el sendero escurriéndose hacia los breñales, no penséis que se trate de ningún error; que a vuelta de muchos rodeos llegaremos más fácilmente a la meta a la hora justa.

Mas que ninguno piense que, por más que se devane los sesos, logrará descifrar el canto íntegro; cierto que muchos serán los que de aquí saquen gran provecho, que muchas flores nos brinda la madre Tierra; de ellas hay quien se aparta con ceño adusto y también quien se recrea mirándolas con jovial semblante; allá cada cual que goce a su modo; que para diversidad de caminantes mana la fuente.

Rendido de larga jornada que, acuciado de noble impulso, emprendiera, apoyado en su báculo, según piadosa usanza de romeros, llegó el hermano Marcos en busca de algún yantar y refrigerio, a la caída de la tarde, a un ameno valle, muy ilusionado con la idea de que en aquellos boscosos terrenos podría encontrar hospitalario techo bajo el cual pasar la noche. 

Al pie de la abrupta montaña, que ahora se erguía ante él, creyó distinguir vestigios de un camino que serpenteando se extendía; siguiólo y tuvo que encaramarse a las rocas y darles la vuelta; no tardó en verse levantado muy por encima del valle, volvió a brillar para él amigablemente el bello sol, y a poco, con íntima fruición, divisó, dos pasos más arriba, la cumbre del monte.

Y allá también el sol, que, ponentino ya, fulgente brilla aún, por entre opacas nubes; hace acopio de fuerza al viandante par remontar las alturas, donde espera hallar pronto el galardón a sus desvelos. “Ahora –dícese a sí mismo- veré si vive por estos contornos algún ser humano”. Remonta la cuesta, aguza el oído y siéntese como nuevo; un vibrar de campanas en los aires resuena.   

Y luego que del todo remontó la cumbre, mira y divisa una hondonada, levemente abrupta, allí mismo, a su pies. Brillan de júbilo sus plácidos ojos, pues en la linde del bosque, en medio de verde prado, descubre de pronto un hermoso edificio, en el que precisamente va a posarse ahora el postrer reflejo del sol; corre ligero allá, cruzando aquellos campos, húmedos de rocío, rumbo al monasterio que ante sus ojos brilla.

Ya casi llega al plácido lugar, que le hinche el alma de paz y de esperanza, y sobre el dintel en arco de la cerrada puerta divisa una misteriosa imagen. Quédase parado, recapacita, murmura quedas palabras de devoción, que del fondo del corazón le brotan, y permanece extático, pensativo, tratando de adivinar el sentido de aquel símbolo. ¡Pónese el sol del todo y enmudecen los bronces!  

Contempla el religioso aquel emblema, de fastuosa traza, que al mundo todo brinda esperanza y consuelo, al que miles de almas están agradecidas, y miles de corazones fervorosamente imploran, que la amarga muerte el poder aniquila y en tantos triunfales estandartes flamea; refrigerante bálsamo viértesele por los cansados miembros, mira a la cruz y baja los ojos.

Siente de nuevo la salvación que de aquel signo emana, siente la fe de medio mundo; mas un sentimiento enteramente nuevo impregna su alma, al ver ahora aquel sagrado emblema ante sus ojos, pues he aquí que la cruz muéstrase entretejida densamente con rosas. ¿Quién habrá maridado la cruz con esas rosas? Y diz que aquella florida guirnalda plégase para ceñir bien por todos lados y envolver en blandura el escueto leño.

Y leves nubecillas argénteas, celestiales, ciérnense, pugnando  por elevarse con cruz y rosas a lo alto, y de su centro mana una sagrada vida de tres rayos de luz que de un solo punto arrancan; leyenda alguna orla aquel signo, que prestar pudiera sentido y claridad a tal arcano. En la penumbra vespertina, que cunde más y más, sigue parao el religioso, y medita y se siente edificada el alma.

Llama, finalmente, a la puerta cuando ya las altas estrellas dejan caer sobre él sus fulgentes miradas. Abrese la puerta y acógenlo de buen grado, con los brazos abiertos, con las manos apercibidas. Dice el hermano Marcos quién es, de dónde viene, desde qué lejanía envíanle los mandatos de sus superiores. Escúchanle y se asombran. Igual que honraron primero al desconocido como a huésped, honran ahora al emisario.

Apíñanse todos en su derredor, ávidos de escuchar y poseídos de secreto poder; nadie se atreve a distraer ni con el aliento al raro peregrino, pues cada una de sus palabras halla eco en sus corazones. Lo que aquel huésped narra hace el efecto de esa honda lección de sabiduría que mana de los labios de un niño; por su franqueza, por la inocencia de sus gestos, dijérase que es un hombre de otro mundo.

“Bien venido-exclama al fin un anciano-, bien venido seas, ya que nos traes un mensaje de consuelo y esperanza. Ya nos puedes ver; agobiados estamos todos, por más que tu presencia conmueva nuestras almas; que la más galana dicha está, ¡ay!, a punto de dejarnos, y temor e inquietud nos encogen los pechos. En hora crítica, ¡oh forastero!, ábrense para ti nuestros muros, para que también con nosotros endeches…

…Porque, ¡ay!, el hombre que aquí todo lo mantenía unido, que para nosotros era padre, amigo y guía, todo en una pieza; el que prendía luz y ánimo en la vida, de aquí a poco habrá de abandonarnos, según él mismo nos anunció no ha mucho, aunque no quiso revelarnos ni en qué modo ni en qué hora; de suerte que su indudable partida se nos aparece misteriosa y henchida de dolor amargo…

…Aquí nos ves a todos ya con el pelo cano, según la Naturaleza nos invita al reposo; no admitimos entre nosotros a quien, joven de años, pretende sustraer su corazón harto pronto al mundo. Solo después que hubimos adquirido experiencia de los placeres y sinsabores del siglo, cuando ya el viento dejó de henchir nuestro velamen, fuenos permitido fondear honrosamente en este puerto, seguros de haber arribado al de nuestra salvación…

… La vida de Dios anida en el pecho del hombre noble que hasta aquí nos guiara; su compañero fui a lo largo del sendero de la vida y a fondo conozco los antiguos tiempos; las horas de soledad, que estos días se aperciben, nos están indicando su inminente pérdida. ¿Qué es el hombre ni por qué ha de dar su vida en balde y no por otra mejor?

… Este sería ahora mi único anhelo: ¿Por qué he de aliviarme de deseos? ¡Cuántos no me precedieron ya en ese viaje último! Y, sin embargo, a él es al único que amargamente lloro. ¡Con qué afectuosidad no habría salido a recibirte en otro tiempo! Ahora he echado sobre nosotros el peso de la cas; cierto que aún no designara sucesor, pero en espíritu vive ya separado de nosotros…

… Solo un breve rato viene cada día a vernos, cuenta y muéstrase más conmovido que nunca; oímos en tales momentos de sus propios labios qué singularmente fuelo conduciendo siempre la Providencia; y retenemos cuidadosamente en la memoria sus palabras para que sus fehacientes testimonios no se pierdan y lleguen hasta con sus más nimios pormenores a noticia de la posteridad; y hasta hacemos que uno de nosotros lo ponga todo por escrito con el mayor esmero, para que su recuerdo se conserve puro y veraz…

… Cierto que preferiría contar yo mismo muchas cosas, en vez de estarme calladito escuchando; y no olvidara a bien seguro el más nimio detalle, que aún lo conservo todo vivamente grabado en mi memoria; escucho y a duras penas puedo contenerme para no dejar traslucir que no siempre quedo satisfecho con aquello que oigo; y si algún día llego a hablar de esas cosas, seguro que en mis labios sonarán con más bella música…

 … A fuer de tercero contaría, más amplia y libremente, cómo un genio hubo de arrebatárselo tempranamente a su madre y cómo un lucero brillara espléndido en el cielo la tarde el día de su bautizo en solemne festivo augurio, en tanto un halcón, abatiendo sus anchas alas, vino a posarse en el corral en medio de las palomas; no en son de guerra ni para hacer daño, como otras veces, sino como invitándolas, mansamente, a hacer las paces…

… Hanos callado además, por modestia, cómo una vez matara a una serpiente que habíasele enroscado al brazo a su dormida hermana, teniéndola ya fuertemente sujeta. Salió huyendo la nodriza y soltó a la nena, y el hermanito, en cambio, sofocó el áspid con mano segura; cuál no sería la alegría de la madre al llegar y encontrarse con aquella proeza del hijo y con la hija ilesa…

 … Así mismo ha pasado por alto cómo al contacto de su espada hizo una vez brotar agua de una peña, agua que corrió copiosa cual un río a despeñarse con crespas ondas montaña abajo hasta la hondura, y que aún sigue manando tan rauda y argentina como cuando surtió por ver primera, a su conjunto, de suerte que sus compañeros, testigos del prodigio, apenas si osaban calmar su ardiente sed en ella. Cuando a Natura place sublimar a un mortal, no es maravilla que muchas cosas logre; debemos alabar en él el poder del Creador, que a tales hombres levanta al frágil barro; mas cuando un hombre resiste a la más dura de todas las pruebas de esta vida, y a sí mismo se vence, entonces bien podemos mostrárselo con alboroto a los demás y decirles: “Ahí lo tenéis; es él, es él de veras”…

 … Pues toda fuerza tiende hacia delante, hacia los amplios espacios, ganosa de vivir y actuar acá y allá, en tanto la corriente de la vida nos encoge y cohibe por doquiera, llevándonos consigo; y en esta íntima pugna y este exterior conflicto, percibe el espíritu una voz difícil de entender. De ese poder que a todos los seres avasalla, emancípase el hombre que a sí mismo se vence…   

 … Cuán temprano hubo de enseñarle su corazón lo que yo en él apenas si me atrevo a llamar virtud. Aquello de acatar respetuosamente la severa palabra del padre y estar siempre pronto y dispuesto, cuando aquel áspero y rudo grababa con servidumbre el tiempo libre de su mocedad, a someterse a ella de chico huérfano y extraviado lo habría hecho por pura necesidad a cambio de un pequeño obsequio…

… Debía acompañar a los luchadores a la liza, primero a pie en medio del temporal o la calina; atender a los caballos y preparar la mesa y servir en ella uno por uno a aquellos veteranos. Solícito y diligente corría en todo tiempo, de día y de noche, portando mensajes a través de los setos; y de ese modo habituado a vivir únicamente para los demás, diríase que el trabajo servíale tan solo de placer…

… Cómo en medio de la lucha bajábase a coger del suelo con alegre osadía las flechas que allí caían desperdigadas, así como también con no menor premura espigaba él mismo las hierbas con que curaba luego a los heridos: herida que él tocaba, sanaba muy presto, y el llagado gozábase en el contacto de sus manos; ¡a quién no le habría alegrado su sola presencia! Solo su padre parecía no reparar en él gran cosa…

… Ligero cual barca velera que no siente el peso de su carga, y rauda va de puerto en puerto, llevaba él la carga de las paternales lecciones; alfa y omega de sus actos era la obediencia; y así como el chico guíale el gusto y al adolescente el honor, a él solo le guiaba la voluntad ajena. En vano se devanaba los sesos su padre inventando nuevas pruebas a que someterlo, que cuando quería regañar, veíase obligado a aplaudir…

… Hasta que al fin también él hubo de darse por vencido y tuvo que reconocer el valor de su hijo; borróse aquella espereza del anciano, y de pronto, una vez hízole presente de un bridón magnífico; quedó exento el muchacho de servicios menudos, y en vez de corto puñal, ciñóse al costado una espada; y así, después de bien probado, ingresó en una orden en la que por fuero de nacimiento tenía derecho a ser admitido desde el primer instante…

A este tenor podría estarme contándote días y días cosas que asombran a todo el que las oye; que de fijo nuestros nietos han de poner su vida en lo futuro al lado de las más preciadas historias; aquello que en fábulas y poemas se nos antoja inverosímil, y, sin embargo, nos deleita, campea en la historia de su vida, y quien lo oye, gustoso aviénese en buen hora a aceptarlo por verídico…

...¿Quieres saber ahora cómo se llama el elegido predestinado por la mirada de la Providencia, aquel a quien yo, con tener siempre su elogio en los labios, nunca acabo de encarecer bastante? Pues Humano se llama ese santo, ese sabio, el mejor de cuantos mortales haya yo conocido. Y su linaje principesco debes de conocerlo por sus antepasados”.

Así habló el anciano, y aún habría dicho más, que tenía henchido el ánimo de cosas de prodigio, y todavía tendremos motivo de deleite para muchas semanas escuchando todo lo que aún le queda por contarnos; pero precisamente hubo de cortar su plática cuando más copioso fluía de su corazón el raudal de las palabras en dirección al huésped. Que no tardaron en llegar los demás hermanos, hasta que al fin, con su ir y venir, acabaron por cerrarle la boca.

Luego de hecha colación inclinóse el hermano Marcos hacia el anfitrión y sus compañeros de mesa y pidioles una copa de agua clara, que en el acto le fue servida. Condujéronle luego al gran salón, en el que se le ofreció a la vista algo singular. No debe quedar oculto lo que viera allí, y os lo voy a describir sin omitir detalle.

No había allí adorno alguno que deslumbrara los ojos; subía hacia el cielo un osado crucero, y arrimados a las paredes veíanse trece sitiales, dispuestos en círculo como en el piadoso coro, tallados todos ellos con gran primor por manos hábiles; delante de cada uno de ellos alzábase un pupitre. Sentíanse allí brotar la devoción y la paz del vivir y el vivir sodalicio.

Sobre los respaldos de los trece asientos colgaban sendos escudos, uno para cada sitial. No parecían allí tales blasones campear con orgulloso abolengo, sino que todos ellos parecían significativos y deliberadamente compuestos, y el hermano Marcos ardía en deseos de saber lo que tantos emblemas celasen; en medio de todos ellos mostrósele por segunda vez aquel signo de marras, una cruz con ramo de rosas.

Podría imaginar allí el alma diversidad de cosas, que un objeto tiraba del otro; y por encima de más de un blasón colgaban yelmos y también acá y acullá veíanse espadas y picas; armas cual las que pudieran recogerse en un campo de batalla servían de ornato a aquel lugar, en donde había también banderas y armas de países exóticos, y si la vista no me engaña, también cadenas y dogales.

Postráronse todos los hinojos ante sus sendos sitiales, y aporreáronse los pechos sumidos en quedas plegarias; brotaban de sus labios breves jaculatorias, de esas que respiran una piadosa alegría; bendijéronse luego unos a otros aquellos hermanos, fielmente unidos, despidiéndose para ir a entregarse a un breve sueño, no turbado por la fantasía. Solo Marcos, con algunos de ellos, quedóse allí en el salón, mirando.

Por más que esté cansado, quiere seguir aún en vela, que algunos de aquellos símbolos atráenlo con fuerza soberana; muéstrasele aquí un dragón llameante que apacigua su sed en bárbara hoguera; más allá, un brazo metido en las fauces de un osos, y del que en caliente chorro brota la sangre; cuelgan del muro ambos emblemas, a igual distancia de la cruz florida, su diestra el uno, el otro a su siniestra.

 “Por raros senderos viniste a este lugar –dícele el anciano afectuosamente-. Deja que esos blasones te inviten a quedarte hasta que llegues a saber las gestas de múltiples héroes; no es posible adivinar lo que en ellos e cela, así que se te explicará confidencialmente; aunque ya barruntas, es claro, cuánto padeció aquí más de uno, cuánto perdió y qué luchas sostuvo…

… Pero no creas que solo de pretéritas épocas hablará aquel anciano, que aquí también pasaron muchas cosas; lo que estás viendo significará más aún, ya lo oculte un tapiz, ya una campiña. Si tal te place, puedes apercibirte; pero has entrado, ¡oh, amigo!, por la primera puerta; en el zaguán fuiste afablemente acogido; ahora ya me pareces digno de pasar dentro”.

Tras breve sueño en apacible celda, despierta a nuestro amigo quedo tañido de campanas. Salta del lecho con alegra premura, y el hijo del cielo obedece a la llamada de la devoción. Vístese a toda prisa y corre a los umbrales, y aún más aprisa que sus pies corre su corazón hacia el templo, dócil, tranquilo, que la oración le presta alas; empuja la puerta y hállala cerrada con cerrojo.

Y en tanto escucha, suenan a tiempos iguales tres golpes en le hueco bronce; tres golpes, no de reloj ni de badajo, a los que de cuando en cuando mézclase un tañido de flauta; aquel son, raro y difícil de interpretar, vibra de un modo que alegra el corazón, gravemente invitatorio, cual es música que, acompañada de cánticos, llena las naves del templo cuando dos que se aman únense en desposorio.

Corre ligero a la ventana con la esperanza de descubrir acaso allí lo que lo inquieta y maravilla; ve clarear el día en el lejano Oriente, y el horizonte nublado por livianos vapores. Y…, pero ¿habrá de dar crédito a sus ojos? Una luz extraña que por el jardín se difunde; tres adolescentes con antorchas en las manos divisa, que presurosos corren por los senderuelos.

Ve con toda precisión sus blancas vestimentas, que airosas se les ciñen al cuerpo, y distingue también con toda claridad sus rizadas cabezas, coronadas de flores, así como sus cíngulos, florecidos de rosas; diríase que vuelven de nocturna zambra, frescos y descansados de festivos trajines. Corren allá, apagan sus antorchas como luceros y desvanécense en la lejanía…

Selección de: Museo Virtual de la Masonería (MVM).

Fuente: J. Pletsch: G. als Freimaurer, Leipzig, 1880; y R. Guy, Goethe franc-maçon, París, 1974. Se ha seguido la traducción castellana de Colección Grandes Clásicos, Johann W. J. W. Goethe, Obras Completas, tomo I, México, D.F., 1991, pp. 1149-1163.