La conspiración atimasónica del ministro Tanucci

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Sala-VII: Antimasonimo

LA CONSPIRACIÓN ANTIMASONICA DEL MINISTRO TANUCCI

Cuando en 1759 el rey de Nápoles Carlos VII fue proclamado rey de España con el nombre de Carlos III, dejó en el trono napolitano a su hijo menor de edad Fernando IV bajo la supervisión de una persona de su confianza, el marqués Bernardo Tanucci, en calidad de presidente del consejo de regencia. Durante años Tanucci fue el hombre fuerte del reino, pues hizo y deshizo a su antojo y procuró que el joven monarca disfrutara de los placeres del deporte, la caza y todo tipo de diversiones que lo alejara de la vida política. Al cabo de un año de alcanzada su mayoría de edad, el 12 de mayo de 1768, Fernando IV contrajo matrimonio con la princesa María Carolina de Habsburgo-Lorena, hija de María Teresa, Emperatriz de Austria y del masón Francisco de Lorena. Al contrario que su marido, la reina María Carolina tenía vivo interés en intervenir en la gobernación del reino pese a la desconfianza de Tanucci, que veía en ella una agente de los intereses de Austria dedicada a debilitar la influencia española en Nápoles y Sicilia.

    Como la corte napolitana era un hervidero de medros en donde rivalizaban Austria, Francia, Inglaterra y el Papado, el marqués Tanucci pensaba que las logias, pobladas de súbditos de otros países, podían ser centros de conspiración de potencias extranjeras. Por ello publicó en 1775  un nuevo edicto de prohibición de la masonería, que desencadenó una de las situaciones más pintorescas y lamentables de su gestión. El edicto fue cumplido inmediatamente no solo por el gran maestro de la Gran Logia Nacional, el príncipe Francesco Caramanico, que dimitió de su cargo masónico, sino también por las logias bajo su Obediencia, que acataron la orden de suspender sus trabajos. Sin embargo, de los 200 masones, solo 24 acudieron a retractarse.

    Pero a las pocas semanas, los espías del marqués Tanucci tenían pruebas de que los masones habían reanudado sus tenidas desobedeciendo el edicto regio y de que celebraban sus reuniones en diversos palacios de la alta nobleza cuyo acceso era casi imposible para los espías del Gobierno. Durante semanas Bernardo Tanucci, el ministro de Justicia Gennaro Pallante y sus agentes trataron de encontrar un medio de sorprender a los masones en plena reunión y propinarles el castigo a su osadía. Finalmente dieron con la solución. Con la ayuda de un francés llamado Peyrol, contrataron al súbdito polaco Alberto Letwizki para que, haciéndose pasar por un acaudalado comerciante, solicitara su ingreso en la masonería con el fin de sorprender a la logia en el día de la ceremonia de iniciación. Además, para evitar que la logia sospechase del candidato, hicieron correr el rumor de que el propio monarca apoyaba el ingreso en la masonería del influyente personaje. De esta manera, el 2 de marzo de 1776 la policía, previamente avisada por el espía infiltrado, detuvo y encarceló a los congregados acusándoles de un crimen de lesa majestad que acarreaba la pena de muerte.

    Una serie de circunstancias encadenadas hicieron sospechar a los propios ministros y magistrados que el asunto estaba por completo amañado. De entrada, el candidato a la iniciación no aparecía en la lista de detenidos y había desaparecido. Algunos testigos eran silenciados o forzados al exilio. El propio abogado de los detenidos, Felice Lioy, quien además era el gran secretario de la Gran Logia Nacional y ex-miembro de la Logia La Unión Perfecta, tuvo que huir del país al ser procesado con los demás bajo la acusación de excederse en elogios a la masonería en su escrito de defensa. Aun así, el nuevo abogado, el marqués de Avena, siguió sus investigaciones para descubrir la conjura y llegó a conseguir el procesamiento y cese del ministro Pallante.

    En efecto, como había demasiados conjurados comprometidos en la trama, la conspiración antimasónica fue descubierta. El escándalo fue mayúsculo aunque el monarca resolvió no tomar medidas en caliente y esperar a que las aguas volvieran a su cauce. No obstante, en carta de Fernando IV a su padre el rey de España, fechada el 30 de septiembre de 1777, le confesaba que: “de la información hasta ahora tomada relativa al asunto de los Liberi Muratori se revela que la logia fue reunida a posta por el consejero Pallante sirviéndose de mi nombre y de V. M., y después la hizo sorprender... Pallante no merece ser tratado como ministro, sino que merecería ser ajusticiado”.

    A todo esto, algunos Grandes Orientes europeos, singularmente los de Austria y Francia, se movilizaron en defensa de sus hermanos haciendo llegar sus protestas por conducto de los respectivos embajadores de sus países. Apoyó también la causa de los masones detenidos la propia reina María Carolina, punta de lanza de los intereses austriacos en la corte, consciente de que ésta era la ocasión para defenestrar a Tanucci y a sus colaboradores e intentar luego reemplazarlos por ministros proaustriacos. Fernando IV se lamentaba en una carta a su padre el rey Carlos III del “asunto de los frammasones, protegidos por mi mujer”.

    El asunto de los masones encarcelados acabó siendo un pretexto dentro del juego de ajedrez de la política internacional, en la que los países europeos se disputaban su influencia en el sur de Italia con el objetivo de desplazar a España. Así, la hermana de la reina María Carolina, María Cristina y su marido el duque Alberto de Sajonia-Teschen, gobernadores de los Países Bajos y virreyes de Hungría, también intercedieron por los masones ante el rey Fernando IV durante su viaje a Nápoles. Recordemos que el duque Alberto, hijo del rey de Polonia, era masón y protector de las logias de Viena y Praga. Empero, en junio de 1776, el asunto alcanzó su clímax con ocasión de la llegada a Nápoles de la duquesa de Chartres, gran maestra de la masonería de adopción en Francia y esposa de Luis Felipe de Orleáns, gran maestro del Gran Oriente de Francia. Mientras que los anteriores primos del rey, antes citados, se habían limitado a intermediar privadamente ante Fernando IV, la duquesa de Chartres quiso escenificar ostensiblemente sus diferencias de modo que no tuvo reparo en manifestar públicamente su apoyo a los “hermanos encarcelados”. El incidente trajo cola e irritó profundamente a Fernando IV. Sin embargo, a esas alturas del conflicto, numerosas personalidades de la corte napolitana le aconsejaron que zanjara el asunto cuanto antes y liberara a los masones.

    Finalmente, en 1777 el octogenario Tanucci era jubilado y sustituido por el marqués de Sambuca, persona de confianza de la reina María Carolina y partidario de la excarcelación de masones. Los masones fueron liberados al beneficiarse de una amnistía que, por maniobras de Tanucci, también se hizo extensiva a Pallante y demás conspiradores. En todo caso, varias logias de Francia, Austria e Italia festejaron la noticia y oficiaron tenidas de celebración. La reina de Nápoles fue aclamada en numerosas logias europeas como “magnánima protectora de la inocencia oprimida” y le fueron dedicados brindis masónicos oficiales. En París se fundó la logia Carolina, reina de Nápoles en agradecimiento a su apoyo a los hermanos encarcelados. El exiliado Felice Lioy XE "Lioy, Felice"  aprovechó el momento para realizar un triunfal tour por diversas logias europeas en las que era recibido como un mártir, y que le dieron la ocasión de publicar al poco un libro titulado Historia de la persecución perpetrada en 1775 contra los Francs-Masones (Londres, 1780). La alegría por el restablecimiento de la justicia, fue inmortalizada por el masón y abate Antonio Jerocades en unos versos compilados en la Lira focense, de inspiración masónica.

    En el balance final, el asunto de la persecución, encarcelamiento y liberación de los masones de Nápoles, además de perjudicar la imagen de Fernando IV, fue hábilmente utilizado por los masones de Europa para mostrar la injusticia con la que eran tratados en algunos Estados. En una reveladora carta de Fernando IV a su padre, aquél se excusaba echando la culpa a las maniobras de su mujer; “Yo desde luego hice lo que pude, pero por otro lado me gusta la paz en mi casa y tratar de molestarla a ella tan poco como sea posible”. Este incidente distanció irremisiblemente a Fernando IV XE "Fernando IV, rey de las Dos Sicilias"  de su padre.

    A todo esto, ¿qué sucedió con el gran maestro de la Gran Logia Nacional de Nápoles? El príncipe Caramanico, que había dimitido de su cargo masónico al obedecer la orden real, en 1781 fue nombrado embajador de Nápoles en Londres ¡la cuna y capital de los masones!, en donde retomó sus actividades filantrópicas. Luego fue embajador en París y finalmente virrey de Sicilia, en donde en 1791 frecuentaba todavía las logias masónicas al igual que sus hijos y parientes. Como se ve, pese a todo, nunca perdió la confianza del rey Fernando.

Extractado de: Javier Alvarado Planas, Monarcas masones y otros príncipes de la Acacia, Madrid, 2017, tomo I, pp. 167 y ss.