La búsqueda de la palabra perdida

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Sala-XX: Espiritualidad y Masonería

LA PALABRA PERDIDA

La tradición judeo-cristiana alude a la desgraciada pérdida, caída u ocultación de “algo” que debe ser encontrado. Así, tras la Caída, Adán y Eva perdieron el estado de inocencia originaria y fueron expulsados del Paraíso terrenal. También en Babel, el orgullo de los hombres ocasionó la pérdida de la lengua común y provocó su confusión y desencuentro. Todos estos temas se prolongaron en el argumento de la pérdida del nombre secreto de YAHVEH tras la destrucción del Templo de Jerusalén. En efecto, para la tradición judía, el verdadero nombre de Dios (Shem ha Mephorash) permanece tan oculto que nadie sabe cómo se escribe. Por eso se recurre a representaciones alternativas o sustitutivas como Elohim, Adonai o El Shaddai. Incluso el nombre YHVH es también un nombre sustitutivo. Tampoco nadie sabe ya cómo se pronuncia. Además, dado que la escritura hebrea carece de signos vocales, las consonantes no pueden reflejar la verdadera pronunciación del nombre de Dios si antes no se ha oído. No obstante, según la tradición judía, sólo el sumo sacerdote de Jerusalén conocía cómo se escribía y se pronunciaba el verdadero nombre de Dios, pues había recibido ese secreto de su antecesor y debía transmitirlo a su sucesor. El era el único que podía entrar una vez al año en el Sancta Sanctorum y pronunciar su sagrado nombre. Sin embargo, la transmisión de ese secreto acabó por interrumpirse en cierto momento de manera que ya nadie sabía cuál era y cómo se pronunciaba el verdadero nombre de Dios.

Pues bien, la masonería denominó a este tema la “búsqueda de la Palabra perdida”, es decir, el nombre de Dios. Varios grados masónicos se basan en este leitmotiv y ofrecían una “palabra reencontrada” o un “nombre sustituto”.

 

El interrogatorio ante el umbral: ¿Ma ha Boneh?

Durante el rito de elevación a la maestría, en el momento del abrazo por los cinco puntos, el venerable maestro comunicaba al recipiendario una frase hebrea que aludía a la palabra sagrada del grado. Con los años, el desconocimiento de la lengua hebrea deformó tal palabra sagrada en otras fonéticamente similares que aparecen documentadas en los rituales masónicos y textos divulgativos: Macbenac, Mahabone, Matchpin, Magboe, Maughbin, etc.

¿Qué significado tenía la citada palabra del maestro masón?

En realidad, la palabra sagrada es una pregunta, dado que Ma significa qué o quién. Por tanto, de nuevo nos encontramos con el argumento del guardián del umbral que pide una palabra para permitir la entrada. Con esta escena se cerraba el itinerario espiritual del masón que había comenzado con el rito de iniciación y sus tres circunambulaciones en torno a la logia, al final de cada una de las cuales, se topaba sucesivamente con el segundo vigilante, el primer vigilante y el venerable de la logia quienes, como guardianes de sus puertas respectivas, le franqueaban el paso al obtener la respuesta adecuada. Finalmente, al llegar al umbral de la última cámara del templo de Salomón (el interior del alma) en donde residía la Presencia de Dios, se le preguntaba “¿Ma ha Boneh?”, frase hebrea que significa “¿Qué (o quién) es el Constructor?”. La respuesta a tal pregunta no era el nombre del maestro Hiram, sino que se trataba de la Palabra pérdida o, al menos, uno de sus nombres sustitutivos. Según un ritual masónico del año 1745, la antigua palabra del maestro masón era “Jehová”, la cual, durante la ceremonia de exaltación a la maestría, era escrita sobre la tumba del maestro Hiram o Adonirán. Sin embargo, “la palabra fue cambiada tras el asesinato de Adonirán” (Adon-Hirán, literalmente, el señor Hiram) a manos de los tres desleales compañeros. En sustitución se utilizaría la citada pregunta que se pronunciaba al oído del nuevo maestro mientras se ejecutaban los cinco puntos de la maestría para provocar su regeneración. Dada la similitud fonética de bonai (constructor) con bone (hueso), los masones enmascararon la pregunta original Ma ha Boneh mediante la frase Mac Benac, que se traduce por una expresión alquímica, “la carne se desprende de los huesos”, la cual, como hemos indicado, sirvió para encubrir la verdadera palabra Ma ha Boneh. Advirtamos que la respuesta a tal pregunta era otra palabra sustitutiva; YHVH. En efecto, resulta muy significativo que la pregunta contuviera explicitamente la respuesta dado que, en lengua hebrea, la frase Ma ha Boneh (¿qué es el Constructor?), o mejor Mi ha Boneh (¿quién es el Constructor?) ה נ ו ב ה י contiene intercalado el Tetragramma (הוהי) YHVH.

Además, los rituales de elevación a la maestría prescribían que, en el instante en que se sujetaba al candidato para levantarle del suelo, el venerable maestro debía decir: “venerables hermanos, ¿no sabéis que nada podéis sin mí, y que juntos lo podemos todo?”. Efectuados los agarres por los cinco puntos y transmitida la palabra sagrada, se le entrega una ramita de Acacia mientras escuchaba el discurso del Orador de la logia. En suma, la secuencia del proceso de regeneración o resurrección del cadáver de Hiram Abí era el siguiente:

  1. Muerte ritual del candidato mediante tres golpes.
  2. Circumabulaciones rituales en torno a su cadáver.
  3. Alzamiento del cadáver (regeneración o resurrección).
  4. Agarre por los cinco puntos (porque “juntos lo podemos todo”).
  5. Transmisión de una pregunta como palabra sagrada.
  6. Entrega de la ramita de Acacia (símbolo del mystes).

Pero dicho proceso ritual procedía de la tradición judía o, si se prefiere, judeo-cristiana. Respecto al alzado del cuerpo, hay que remitirse al Evangelio de san Juan 2, 28 y 15, 5: “Les dijo Jesús: «Cuando hayáis levantado al Hijo del hombre, entonces sabréis que Yo Soy, y que no hago nada por mi propia cuenta; sino que, lo que el Padre me ha enseñado, eso es lo que hablo”. Y más adelante, en 15, 5; “Yo soy la vid [el árbol de la Acacia], vosotros los sarmientos [de la Acacia]; el que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto, porque separados de mí nada podéis hacer”. Reparemos en que, para los judíos, Hijo del Hombre es la persona que ha alcanzado el estado de Adán antes de ser expulsado del Jardín de Edén, que ha renacido de entre los muertos para nunca más morir (Salmos 16, 8-10) y regresa al Padre con la gavilla en la mano (Lev 23, 10). De nuevo, el ritual y simbolismo masónico se inspiraba en la tradición judeocristiana para indicar que su meta última era la recuperación de aquel estado edénico que, in illo tempore, disfrutaban los amigos de Dios.

Extractado de:

Javier Alvarado Planas, Monarcas masones y otros príncipes de la Acacia, Madrid, 2017, vol. II, pass.

Javier Alvarado Planas, Apercepciones sobre la iniciación masónica, Madrid, 2019, pp. 147-179.