El descenso a la cripta

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Sala-XX: Espiritualidad y Masonería

EL DESCENSO A LA CRIPTA DEL TEMPLO

En el ritual de acceso al grado de maestro, a la pregunta ¿quién es el maestro constructor?, la respuesta implícita es el nombre de Dios YHVH. Este tema fue abordado nuevamente en el grado del Arco Real. El relato que inspira el rito se basa en la liberación de los judíos por el rey Ciro, el consiguiente nombramiento de la jerarquía sacerdotal y militar judía y en los pasos previos a la reconstrucción del segundo templo de Jerusalén; concretamente, el descubrimiento de un sistema de cuevas subterráneas abovedadas bajo el solar de dicho templo, en la más profunda de las cuales se encontraba la Palabra Perdida o sagrado nombre de Dios (Shem ha Mephorash).

Según el ritual, una vez liberados los judíos por el rey Ciro, el capitán de la Hueste les comunicó que la palabra para reconocerse entre ellos era “Yo soy quien yo soy”. Y en otra parte del ritual se explicaba que, cuando el Sumo sacerdote preguntaba al capitán de la hueste si era masón del Arco Real, había de contestar; “yo soy quien yo soy”. De nuevo se le preguntaba ¿Cómo sabré que sois masón del Arco Real?”, y respondía “Por tres veces [yo soy quien yo soy]”. El momento culminante de la ceremonia escenificaba el acceso al Sancta Sanctorum en donde se manifestaba la Presencia de Dios sobre el Arca de la Alianza.

 El simbolismo de este rito inspiró el grado 13º del rito Escocés Antiguo y Aceptado, el cual recibió diversas denominaciones; Arco Real de Henoch, Arco Real de Salomón, Maestro de los Nueve Arcos, Maestro del Arco Real, Caballero del Arco real, Caballero de la Bóveda Sagrada, etc. El rito escenificaba el descenso de tres masones por el sistema de criptas bajo el solar del templo de Jerusalén. En la novena y última cámara halló un triángulo de oro adornado con una piedra de ágata (la piedra de fundamento Schethiyah, o piedra filosofal) y la “palabra reencontrada” representada por el Tetragrama (YHVH). Allí, Jabulum o Guibulum comprendió lo que significa realmente la revelación hecha a Moisés ante la zarza ardiente (Exodo 3,14), Eheieh ascher Eheied (YO SOY QUIEN YO SOY), tras mantener este paradójico diálogo:

“- Quien sois.

- Yo soy quien yo soy. Mi nombre es Jabulum”.

Entonces le entregó una placa triangular de oro con su nombre inscrito y la indicación de que sólo podía ser pronunciado correctamente por tres maestros masones.

La aparición de Henoch en el ritual masónico tenía un sentido legitimador evidente pues, dada su intimidad con Dios, como no murió, sino que “desapareció porque Elohim se lo llevó” (Génesis 5, 24), su protagonismo en la construcción del sistema de bóvedas y la colocación del triángulo de oro con el nombre de Dios mostraba un método concreto a seguir para alcanzar la realización espiritual.

  ¿De dónde tomó la masonería este argumento? El tema de la incursión en los subterráneos bajo el templo de Salomón es muy antiguo y ha inspirado diversos relatos relacionados con los intentos de reconstruir la edificación. La base de todos ellos se encuentra en el Antiguo Testamento. Concretamente se explica que Jeremías escondió en una gruta del monte Sinaí el Arca de la Alianza, la tienda que lo cubría y el altar del incienso;

“el profeta Jeremías, obedeciendo a órdenes del Cielo, se hizo acompañar por el Arca de la Alianza con la tienda y fue al cerro donde Moisés había subido y desde el cual había contemplado la tierra prometida. Allí Jeremías encontró una caverna; metió en ella el Arca, la tienda que la cubría y el altar del incienso y luego tapó la entrada con piedras. Algunos de los que lo seguían volvieron para señalar el camino, pero ya no pudieron encontrarla. Al saberlo, Jeremías se lo reprochó y añadió: «Este lugar quedará secreto hasta que Dios tenga compasión de su pueblo disperso y lo reúna. Entonces el Señor mostrará de nuevo estos objetos y su Gloria se manifestará con la nube, igual que se manifestó en tiempos de Moisés y cuando Salomón pidió a Dios que viniera a consagrar su casa»” (Macabeos 2, 2).

En torno al año 363, tal vez con motivo del fallido intento de reconstrucción del Templo de Salomón ordenado por el emperador Juliano, la leyenda de la cueva santa fue reelaborada, de manera que ahora se localizaba bajo el solar del derruido templo de Jerusalén. Amiano Marcelino (Rerum gestarum 23, 3) comentó el suceso de las bolas de fuego que obligaron a abandonar las obras, pero nada dijo sobre la existencia de cámaras subterráneas. Lo mismo sucede con el Myriobiblion de Focio, patriarca de Constantinopla entre los años 858 y 886. Sí mencionó el descenso a los subterráneos la Historia Eclesiastica de Filostorgio (368-439), obra hoy perdida, que luego fue recogida en el siglo XIV por Niceforo Callistos. Allí se explica que, durante la reconstrucción del templo de Jerusalén, al remover una piedra de los antiguos cimientos, se encontró una cámara de manera que “varios hombres fueron designados para explorarla; uno de ellos descendió sujeto por una cuerda y llegó a un recinto cuadrado inundado hasta la altura de las rodillas, cuando se situó en el centro, se topó con una columna que apenas sobresalía del agua, y sobre la cual encontró un libro envuelto en una tela muy fina y bellamente decorada. Tras dar un tirón a la cuerda para que sus compañeros le subieran”, se comprobó que el libro era el evangelio de San Juan.

Ya hemos explicado que este descenso hasta la última cámara para recuperar la Palabra perdida implicaba un posterior ascenso y salida por la “abertura” dejada tras desplazar la clave de bóveda. También hemos mencionado que esta dovela central, asociada a la fontanela del cráneo, está representada en la buharda superior que aparece dibujada en algunos trazados del grado de maestro masón. En todo caso, importa destacar que la masonería ha vinculado el tema del descenso subterráneo con la búsqueda de la Palabra perdida, y que dicha Palabra, o un nombre sustituto, es Yo soy yo.

 

Extractado de:

Javier Alvarado Planas, Apercepciones sobre la iniciación masónica, Madrid, 2019, pp. 147-179.