La cámara de reflexión

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Sala-XVIII: La formación del masón en la logia

LA CÁMARA DE REFLEXIÓN

En todas las iniciaciones hay una prueba consistente en superar la estancia en una cámara (tumba, subterráneo, claro de un bosque...), donde algunas veces, el que va a ser iniciado, pernoctará en solitario, abandonándose a la muerte como hombre viejo, para aparecer inmaculado ante la vida que inaugura con la iniciación. En masonería se llama también «Gabinete de Reflexiones». Es un aposento fúnebre, frío, oscuro y con leyendas que motivan a la reflexión y preparación del que va a recibir la iniciación. Allí redacta su testamento filosófico.

Esta cámara es una habitación reducida, pintada interiormente de negro, en la que hay un esqueleto, un cráneo humano, una banqueta de tres patas y asiento triangular, y una pequeña mesa sobre la que se encuentra un reloj de arena, pan, agua, una copa conteniendo sal, otra azufre y otra mercurio; en un rincón, un búho. Algunos dibujos simbólicos: un gallo rematando una banderola que reza «Vigilancia y perseverancia», una guadaña, la palabra VITRIOLUM (Visita Interiora Terrae, Rectificando Invenies Ocultum Lapidem, Veram Madicinam). Todo ello hace referencia a la «Obra» que pretende llevar a cabo el que allí se encuentra.

Para presentar y dar paso a la muerte material, se introduce al recipiendario en este cuarto de negras paredes alumbrado por una luz sepulcral (una sola vela o una lámpara de farol de aceite); para dejarlo aislado, desnudo de metales e indicándole que conteste a tres preguntas «de orden» (sobre Dios, Yo y los demás) y redacte su testamento filosófico (como profano que muere para renacer como iniciado) antes de su muerte simbólica. Además de esta previa ambientación, en su soledad está acompañado de un espejo y unos huesos humanos, con lo que permanece enfrentado a la vida y la muerte.

Para recordarle que está allí voluntariamente, tiene colocado en la negra pared citas para animarle y desanimarle en su propósito de continuar, y así forzarle a discernir sobre todo lo que ante él se encuentra en ese momento, para resolver la situación y adoptar las decisiones adecuadas; algunas sentencias son:

•  Si tu curiosidad te ha conducido hasta aquí, ¡vete!

•  Si tu alma ha sentido miedo, ¡no sigas!

•  Si te crees capaz de fingir, ¡tiembla!, pues se te conocerá.

• Si tienes apego a las distinciones humanas, ¡sal!, que aquí no se conocen.

•  Si temes que se descubran tus defectos, estarás mal entre nosotros.

•  Si perseveras, serás purificado por los elementos, saldrás del abismo de las tinieblas y verás la luz.

De esta situación de enfrentamiento con la vida y la muerte se comienza a inducir el principio de igualdad «iguales frente a la vida y la muerte», que, aunque es una verdad permanente, no toma sentido hasta que no sintetizamos el grano de trigo como componente en esta prueba terrestre. El grano de trigo simboliza el germen divino que el iniciado posee y que debe hacer fructificar, son sus posibilidades aún no realizadas.

El pan es otro elemento simbólico de este cuarto; representa otra forma de morir para el grano de trigo, en este caso para renacer no como planta completa sino como hombre. El pan es el grano de trigo tamizado y mezclado con los otros tres elementos en un proceso alquímico que lo transmuta en alimento para un ser autoconsciente: «el hombre», que al comer asimila materias y energías de este pan y las integra en su ser, pasando el grano de trigo a ser hombre.

El siguiente elemento es el agua, que junto al pan induce al futuro aprendiz con su sobriedad a la búsqueda de lo esencial. Por sí misma, el agua es el medio indispensable para la manifestación de la vida, tan indispensable para la germinación de uno mismo como para la elaboración de nuestro pan.

El azufre, la sal y el mercurio son los tres principios herméticos: el azufre, el mercurio y la sal, la cual es el término medio, el hijo filosófico del que azufre y mercurio son padre y madre; simboliza la sabiduría y la ciencia.

Fuente: Juan Carlos Daza, Diccionario Akal de la Francmasonería, Madrid, 2009, pp. 119-120.