Vicente Blasco Ibañez (1876-1928)

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Sala-XIV: Literatura y Masonería

VICENTE BLASCO IBAÑEZ (1876-1928)

Nació en Valencia en 1876, estudió derecho. Mientras se preparaba para ser abogado se afilió al partido republicano de Pi y Margall.

En 1887 es iniciado en la masonería en la logia Unión nº 149 con el nombre de «Danton». Un año después lo encontramos en el taller Acacia nº 25 como maestro masón y Orador de la logia. A partir de 1894 su presencia pública se acentúa al fundar y dirigir el diario republicano El Pueblo. En estos años iniciales de El Pueblo se produce su desvinculación de la masonería. Su baja se produce el 1 de abril de 1895. Sin embargo, no parece muy probable que se alejara de unos ideales que habían sido los suyos durante siete años.

En 1898 es elegido diputado a Cortes por la circunscripción de Valencia y repetirá escaño en las legislaturas de 1899, 1901, 1903, 1905 y 1907. Se traslada a Madrid en 1904 donde continúa publicando novelas de crítica social. Pero en 1908 renuncia a su acta de diputado para retirarse de la política activa y emprende un viaje a las repúblicas de América del Sur. Regresa a Europa para establecerse en Francia. Allí escribió reportajes sobre la Primera Guerra Mundial y las novelas Los enemigos de la mujer y Los cuatro jinetes del Apocalipsis, obra que le abrió el mercado literario y cinematográfico de los Estados Unidos.

Sus últimos años estuvieron llenos de reconocimiento público. Fue doctor honoris causa por la Universidad de Washington. Falleció en Menton (Francia) en 1928.

Extractado de: Eugènia Ventura Gayete (Universidad de Valencia), “Aurelio Blasco Grajales, Vicente Dualde Furió y Vicente Blasco Ibañez: masones y periodistas”, en J. A. Ferrer Benimeli (coord.), La masonería española en el 2000 una revisión histórica, IX Symposium Internacional de Historia de la Masonería Española, Zaragoza, 2001, vol. I, pp. 395-406.

Artículo de Manuel Tobert publicado en El Pueblo el 1 de noviembre de 1933:

“Recientemente la estulticia malintencionada de un escritor vendido a la maledicencia, tuvo uno de sus gestos mercenarios que le acreditaron siempre de equilibrista de mano tendida en espera de la consabida propina y buscón trasnochado de sospechosas oportunidades periodísticas. El tal ochocentista de capa y sable que se llama din Ramiro, quiso con malas artes desvirtuar el concepto laico de Blasco Ibáñez en la desdichada forma que se sabe y cuya falsedad el mismo episcopado de Menton puso de relieve atestiguando de modo indudable y documental los detalles que rodearon la muerte del llorado Maestro.

Blasco era masón. Blasco no era católico. Y no es que las dos cosas sean antagónicas. Sabido es que la masonería admite en su seno todas las religiones y todas las políticas. Pero el poder tiránico de Roma no se aviene de ningún modo con esta exquisita tolerancia de los francmasones y les tiene a todos excomulgados. Blasco, por pertenecer a la masonería, estaba en esta situación. Más en honor a la verdad es preciso decir que antes de ser masón ya estaba fuera de la religión católica. Su famosa obra La Araña Negra, desagradó tanto a la curia eclesiástica, que la excomunión no se hizo esperar. A los ocho días de publicada su novela, Blasco recibió la noticia de esta declaración de guerra y sonriente, respondió: ! antes les he excomulgado yo a ellos! . Fue después cuando Blasco fue iniciado en la orden masónica y debe decirse para que llegue a conocimiento del público en general, que en ella se acreditó a los diecinueve años de edad, como el orador ponderado, justiciero y liberal que arrebató luego a las masas y con su escuela masónica en el decir, su verbo cálido de ferviente revolucionario y la recta sinceridad de su espiritualidad grande, libre y romántica, hizo esta Valencia republicana, que es hoy una de las garantías más firmes que se ofrecen a la continuidad del actual régimen. Su depurado espíritu masónico se revela en sus más celebradas producciones literarias. La Catedral, El Intruso y Entre naranjos, pertenecen a esta época. Su célebre cuento La pared fue leído en una sesión solemne y los masones de su logia le abrazaron conmovidos por la percepción humana y realista del gran escritor. Los dolores del pueblo que sufre la opresión de los insensatos egoísmos de las clases poderosas, encuentran en sus obras el eco masónico de una crítica acerba y de un enjuiciamiento severo e imparcial.

La masonería española, que tuvo en sus reuniones el apoyo y el concuerdo de grandes figuras de la literatura, como Zola, quedó asombrada ante el jovenzuelo que llegó a ella en los albores de su gloria literaria y deslumbró a los viejos francmasones con la revelación sublime de su gran corazón, fiero, leal y honrado.

Un rasgo solo para terminar hará comprender como Blasco era de hombre y de masón.

La masonería, entre sus cláusulas perentorias, establece que ningún masón pueda admitir el duelo. Está terminantemente prohibido atentar contra la vida de los demás hombres por ningún medio ni concepto. Blasco quedaba obligado a esta condición. Y sucedió que en el fragor de su lucha política, fue retado a singular combate a muerte por el capitán Arias.

Sus enemigos, todo lo que hoy forma esa caverna dispuesta a canonizarle como santo si hubiese podido hacer tragar el paquete de su mentida conversión, le insultó cobardemente, con ferocidad inaudita, deseosos de que el capitán, que tenía fama de gran tirador, diese muerte al enemigo formidable que se alzaba contra ellos y contra sus procedimientos. Era preciso acabar con Blasco. Era preciso ponerle frente a las armas homicidas del insensato capitán. Toda Valencia fijó su vista en Blasco Ibáñez.

Era un momento supremo. Si Blasco no aceptaba el duelo, quedaba muerto políticamente, pues en aquel entender se creía en el honor de un balazo más que en las conveniencias naturales y lógicas de los sentimientos de humanidad. La hidra cavernaria vomitó pestes, injurias y denuestos. Blasco no dudó un momento. La causa de la Libertad y de la Justicia, el bien de la Humanidad le hicieron su paladín. El pobre pueblo inocentón y bueno que le seguía fielmente, tembló por lo que pudiera ocurrir. Blasco fue el hombre que las circunstancias demandaban. Blasco aceptó el reto y dejó de ser masón. Más llegado al campo llamado del honor, su educación masónica, el recuerdo de las doctrinas de la orden que encontraron en la bondad de su carácter valiente, heroico y abnegado campo fértil para todas las germinaciones de sacrificio, se comportó como un masón perfecto y disparó al aire atenido a la obediencia que había jurado, mientras que la bala de su adversario rebotó en la hebilla de su cinturón y milagrosamente le salvó la vida, pues la herida, por su trayectoria que seguía la bala asesina, hubiera sido mortal de necesidad”.