Discurso pronunciado en la logia Santa Julia (Madrid, 1810)

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Sala-IX: Religión y Masonería

DISCURSO DEL HERMANO ORADOR DE LA LOGIA SANTA JULIA, DE MADRID (8 DE MAYO DE 1810)

“Hoy nos reunimos para celebrar la fiesta de nuestra patrona Santa Julia.

¿Qué dirán los supersticiosos cuando sepan que los masones se reúnen para celebrar la fiesta de una santa? ¿y qué aquellos llamados comúnmente espíritus fuertes? Los unos creerán que nos reunimos para insultar la Divinidad con ritos impíos y sacrílegas ceremonias; los otros nos mirarán tal vez con compasión, y creerán que nuestras fiestas en nada se diferencian de las que celebran las cofradías.

¿Pero qué nos importa lo que digan los profanos? Los hijos de la luz escuchan con lástima, pero sin desprecio, las hablillas de los que viven en las tinieblas, y trabajan en paz por el bien de la humanidad, y de aquellos mismos que sin conocerlos los injurian o menosprecian.

Inútil trabajo sería para un masón resolver martirologios, y escudriñar archivos para formar el panegírico de un santo. Cualquiera virtud que haya practicado, cualquiera prenda eminente que haya poseído, o que la común creencia le atribuya, basta para que el orador tenga ocasión de dar a sus hermanos lecciones útiles, y para acordarles importantes verdades; porque los panegíricos que se hacen en honor de los santos no deben tener por objeto la estéril alabanza de su persona, sino la utilidad de aquellos que los escuchan.

Para formar un completo elogio de Santa Julia, basta saber que fue víctima de la intolerancia del Gobernador de Córcega: de Córcega, donde nació catorce siglos después el Héroe que asegura la paz de las conciencias.

Santa Julia murió crucificada por no querer abjurar la religión de sus padres, y abrazar el culto de aquel tirano. ¿Qué otra circunstancia de la vida de Santa Julia necesitan saber los Masones, los Masones enemigos de toda especie de intolerancia, para honrar la memoria de esta víctima del despotismo religioso?

Nada desacredita tanto un sistema religioso como el espíritu de intolerancia que dimana de sus principios, o que el interés de sus ministros promulga y sostiene. Pero las más veces la intolerancia no es efecto de la religión, sino de los hombres, cuyo orgullo quiere en todas materias tener razón, y que todos conformen su modo de pensar con el suyo. Así es que en todos tiempos, en todas las religiones ha habido persecuciones religiosas, y víctimas de la intolerancia; porque en todas ha habido ministros interesados en que la religión que ellos servían fuese la sola; y en todas ha habido hombres orgullosos, a quienes ha sido fácil persuadir que ellos solos habían encontrado la verdad, y que los demás estaban sumergidos en el error…”.

Colección de piezas de arquitectura trabajadas en el taller de Santa Julia, al Oriente de Madrid, Madrid, 1812, pp. 7-8.