Algunas nociones de lo que se hacía en las logias

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Sala I. ¿Qué es la masonería?

Algunas nociones de lo que se hacía en las logias

Como en toda corporación de origen gremial, los fines de la masonería, además de los puramente profesionales, se encaminaban a amparar y auxiliar a sus propios miembros y a sus familias, y a ejercitar la fraternidad con el prójimo. Un sacerdote masón procesado en 1745 por la Inquisición de Sevilla, Juan Bautista Massuco, confesaba que la masonería enseñaba:

“Que a todos los hermanos, aunque fuesen pobres, tratase como si verdaderamente fuesen hermanos, favoreciendo y socorriéndoles como principal encargo de la Hermandad. Que también lo era portarse en adelante como hombre de bien, guardándose de cometer acciones bajas”.

Sin embargo, lo cierto es que para subvenir a este fin benéfico-asistencial no eran necesario tanto rito, ceremonia, secretismo, símbolo, grados, etc. Por tanto, era evidente que la masonería denominada especulativa servía a otros fines complementarios.

¿Qué hacían los masones en sus reuniones? ¿Cuál era el método de trabajo que tanto atraía a las gentes de la época? No es difícil contestar a esta pregunta habida cuenta de que los mismos masones han protagonizado la sorprendente divulgación de sus usos, costumbres y rituales; y también han publicado numerosos estudios sobre la interpretación de sus símbolos.

 La asistencia a la reunión

Las reuniones masónicas no estabas abiertas a todos los masones, pues ello dependía del grado y condición que se tuviera. Todos podían asistir a las reuniones que se abrían en el grado de aprendiz. Sin embargo, los aprendices no podían asistir a las reuniones que trabajaban en el grado de compañero o en el grado de maestro. Uno de los maestros de la logia, generalmente llamado hermano guardatemplo o hermano retejador, comprobaba la cualidad masónica de los que entraban en el recinto. Para ello pedía a cada uno que le diera el toque (apretón de manos) y palabra de paso del grado. De manera excepcional, podía invitarse a algún profano en particular (tenida blanca cerrada) o a cualquier interesado en general (tenida blanca abierta).

Se exigía un cierto decoro en la vestimenta que acompañara al aparato ceremonial de la tenida. Todos se decoraban con el mandil, banda y medallas que les correspondían y se ponían los guantes blancos para representar la pureza y candor con las que el masón debía trabajar y, más específicamente, para simbolizar la inocencia de los masones que no participaron en el asesinato del maestro Hiram Abí (aunque en algún grado son negros en duelo por dicho magnicidio). En 1777 la Inquisición de Sevilla informaba que en las reuniones masónicas estaban

“todos los congregantes dispuestos con sus delantales y guantes blancos, observando una seria circunspección y silencio notable… [llevando] al cuello cintas anchas azules, y de ellas pendientes ynstrumentos pequeños de oro (llamados libella et linea plumbi), con delantales blancos, forrados de tafetán azul, y bordados, y a la cintura colgados los mismos ynstrumentos, y en sus manos martillos de madera”.

 Días de reunión

Cada logia determinaba los días de reunión. Había logias que se reunían semanalmente. Otras lo hacían cada mes. Había incluso logias ocasionales o ad hoc, es decir, convocadas únicamente para celebrar un único acontecimiento (usualmente, el rito de iniciación de un personaje singular. Una de las primeras logias ad hoc de que se tiene noticia fue la constituida en La Haya en 1731 para iniciar al duque Francisco de Lorena, futuro emperador del Sacro Imperio Romano Germánico.

Las logias celebraban ciertas festividades locales, nacionales o religiosas. A estos efectos, como uno de los Landmarks de las Constituciones de Anderson considera que la fecha de los dos solsticios era una festividad masónica, las logias celebran los dos san Juan. Al ser el espacio de la logia una imagen del Cosmos, sus límites están representados por los dos solsticios (literalmente, sol-stare, puntos de detención del Sol), figurados por los san Juan: San Juan Evangelista, el de invierno, el Juan que ríe, da comienzo al ciclo ascendente solar del año, mientras que san Juan Bautista, el de verano, o el Juan que llora, personifica el ciclo descendente.

El venerable maestro es quien dirige y preside los trabajos de la logia desde la cátedra del rey Salomón. Para ello es auxiliado por los dos vigilantes y otros oficiales del taller. Salvo casos excepcionales localizados en el siglo XVIII, era elegido anualmente por los maestros de la logia.

El primer vigilante, que encabeza la columna del sur, es la siguiente autoridad o luz de la logia, supliendo al venerable maestro en caso de ausencia. Es el encargado de la enseñanza y tutela de los masones que han alcanzado el grado de compañero. Como emblema de su oficio porta una joya con forma de nivel, símbolo de la igualdad natural de todos los hombres.

El segundo vigilante, cuyo sitial se situaba en la columna del norte, era el responsable de la enseñanza y tutela de los aprendices masones.

El hermano orador era el custodio de la ley masónica y el encargado de informar al venerable maestro de las normas deontológicas y administrativas que regían la Obediencia y la logia.

El hermano secretario levantaba acta de las reuniones y custodiaba la documentación de la logia.

El maestro de ceremonias, también llamado diácono en algunos ritos masónicos, es el único oficial de la logia que puede circumambular autónomamente durante la tenida. Con su báculo, ejecuta determinadas partes del rito siguiendo las indicaciones del venerable maestro, o acompaña a los demás hermanos que necesiten desplazarse por la logia siguiendo siempre el sentido solar (como las agujas del reloj). Entre sus cometidos está el encendido y apagado de las tres velas. Porta una joya formada por dos espadas entrecruzadas.

Finalmente, el guardatemplo, situado en la puerta, es el responsable de que la logia “esté a cubierto”, es decir, a salvo de la indiscreción de los profanos. En algunos ritos, hay un guardatemplo interior y otro exterior. Este último tiene la función de retejador, es decir, encargado de comprobar la condición masónica y grado de todos los que participan en la tenida (para que la logia trabaje a cubierto y evitar, simbólicamente, las filtraciones).

 Apertura de los trabajos

Una vez que se ha comprobado que todos los asistentes son masones y que, por tanto, la logia está “a cubierto”, se cierran las puertas y comienza la tenida. Los vigilantes pasan revista en sus respectivas columnas y el venerable hace lo propio en oriente. Entonces se procede al encendido de las tres velas que coronan las columnas situadas en el centro de la logia, y de las velas sobre las mesas de los tres principales oficiales. El maestro de ceremonias desplegaba en el suelo el cuadro o tapiz de logia (antiguamente se pintaba en el suelo con tiza y carbón) y el venerable abría el Volumen de la Ley Sagrada colocando sobre él un compás abierto y la escuadra. Finalmente, unos golpes de mallete anunciaban que los trabajos estaban abiertos.

 El orden del día

El orden del día estaba previamente tasado siguiendo las indicaciones del venerable maestro. Como los trabajos se abrían a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo, era usual recitar una oración o pasaje bíblico. Incluso en algunos ritos como el francés, era preceptivo leer los primeros versículos del Evangelio de San Juan.

 Asuntos a tratar

En las tenidas se debatían diversas cuestiones. Por ejemplo, el aumento de salario (expresión de origen gremial) de algunos miembros del taller. El pase del aprendiz al grado de compañero es propuesto a la logia por el segundo vigilante por el oficial encargado de la tutela de los aprendices de la logia. El pase (denominado en este caso, exaltación o elevación) del compañero al grado de maestro es propuesto a la logia por el primer vigilante.

También se tomaba nota de las bajas de miembros del taller, bien por traslados a otras logias de la Obediencia o por cese de la militancia masónica. La petición de baja es denominada plancha de quite. El masón que pedía la baja de su militancia masónica no perdía por ello su condición y grados masónicos. Solo era considerado hermano en sueños, y podía recuperar su anterior condición previa solicitud de ingreso. Caso distinto era el de los masones expulsados (en terminología masónica, irradiados), normalmente previa sanción o condena masónica por la comisión de faltas disciplinarias graves, que eran dados de baja forzosa.

Especial sentimiento ponía la logia cuando se comunicaba la baja por fallecimiento de un hermano del taller o, dicho en términos masónicos, por pasar al Oriente Eterno, modernamente también denominada Logia celestial. En tales casos, era costumbre dedicar una tenida funeraria en su recuerdo.

Especial celo se ponía en los asuntos relativos a los proyectos de beneficencia. Queda constancia de los gastos efectuados por diversas logias repartidas por toda Europa para erigir o financiar hospitales, orfanatos, bibliotecas, etc. o proyectos concretos más modestos para atender a familias necesitadas, viudas sin recursos, etc. Para subvenir a éstos y otros casos, el maestro de ceremonias o el maestro hospitalario circulaba por la logia el saco de proposiciones para que se depositaran en su interior nuevas planchas en interés de la logia, y el tronco (o saco) de la Viuda, en el que se introducían los donativos destinados a obras de beneficencia.

Debatidas las planchas, si alguna proposición había de ser votada, se circulaba la urna de balotage, pequeño recipiente en el que los masones con derecho a voto (generalmente, solo los maestros de la logia) introducían una bola blanca (voto afirmativo) o negra (voto negativo) para acordar las propuestas: el destino de los fondos de beneficencia, la admisión de profanos, los pases o aumentos de salario, la renovación anual de ciertos oficios de la logia, etc.

Las propuestas más frecuentes y a la que más tiempo dedicaba la logia, se referían a las solicitudes de ingreso en la Orden. Si la logia aprobaba el ingreso del candidato, al periodo de preparación le seguía la ceremonia de iniciación que implicaba superar determinadas pruebas; en la cámara oscura o gabinete de reflexión (equivalente a la cueva o matriz en donde se gesta el neófito) había de redactar su testamento filosófico a la luz de una vela (una especie de velas de armas) para, seguidamente, ser acompañado por el hermano Terrible y con los ojos vendados a atravesar la puerta del templo.

El neófito o aprendiz masón, como tal recién nacido, estaba sometido al deber de oír, ver y callar, “no sabe hablar, sólo sabe deletrear” (voto de silencio durante las tenidas), y había de lucir un mandil blanco. Para simbolizar su nacimiento a una nueva condición, recibía un nuevo nombre, diferente del nombre profano, más acorde al nuevo estado. En épocas de proscripción de la masonería, tal nombre simbólico también sirvió para facilitar el anonimato y la seguridad de los miembros de la logia. Igualmente, el venerable maestro, en presencia de todos los asistentes, comunicaba al aprendiz masón el signo de orden de su grado (los grados de aprendiz, compañero y maestro poseen cada uno un signo simbólico específico) que había de ejecutar cuando la ceremonia masónica lo requiriera. También se le revelaba el toque propio de su grado, es decir, la contraseña de reconocimiento manual entre los masones (apretón de manos específico). Al parecer, tal costumbre tenía su antiguo origen en la necesidad de demostrar la cualidad de maestro de obras ante talleres extranjeros que eran visitados por los maestros de obras en sus frecuentes desplazamientos por motivos laborales o por viajes de estudios. En 1754 Nicolas Bresson, un médico masón detenido por la Inquisición de Lisboa, confesaba que los signos manuales de reconocimiento eran un medio “por los que viajando se reconocían mutuamente y que en caso de necesidad encontraban socorro mutuo... porque el principio de la sociedad de los masones era la caridad fraternal”. Seguidamente, se le comunicaba la palabra de paso, propia de su grado, que servía también para ser reconocido entre otros masones del mundo. Finalmente, se le enseñaba la marcha específica del grado para dar sus primeros pasos rituales en logia. Conviene aclarar que, tanto al entrar en el recinto del templo, como en determinados momentos del ritual, cada grado masónico disponía de una manera específica de caminar. En el caso del aprendiz masón, debido a su desconocimiento del Arte Real (Geometría), entraba en la logia en línea recta, en contraste con los compañeros, que marcaban con los pies las dos dimensiones, alto y ancho, del espacio porque podían levantar paredes, o los maestros cuya peculiar forma de entrar en la logia simbolizaba las tres dimensiones del espacio porque podían construir techos y bóvedas. En los meses siguientes, los maestros de la logia, especialmente el segundo vigilante, quedaban encargados de responder a sus preguntas y velar por su progreso en el Arte Real.

Pasados unos meses, accedía al segundo grado, compañero masón. Finalmente, al cabo de unos años, accedía al grado de maestro masón. Aunque el examen para alcanzar el tercer grado se dejaba en manos de cada logia, sabemos que, en algunos talleres, el reglamento exigía al candidato (compañero masón) el “retirarse a un lugar solitario durante una o dos horas para pasar revista a su vida entera, sus acciones y escribir el resultado de sus reflexiones en un papel para conservarlo para sí”. También se le exigían conocimientos sobre la historia general de los pueblos antiguos y modernos para formar criterio sobre sus costumbres y religiones. Además, también se le pedía conocer los principales libros sagrados con el fin de cultivar la ciencia y la virtud poniendo por escrito el resultado de sus investigaciones para conservarlo para sí mismo. Finalmente, se le pedía “donar a tres pobres lo necesario para su sustento durante un día” y declarar que “perdonaba a todos sus enemigos y que ha abandonado todo resquemor en su corazón”.

Uno de los puntos más celebrados en las tenidas era, precisamente, la lectura de discursos (también llamados planchas o trazados). Como en las logias regulares los temas religiosos y políticos estaban terminantemente prohibidos, se trataban cuestiones de variada índole sobre filosofía, simbolismo, arte, historia, virtudes morales, esoterismo, etc. Numerosos testimonios de la época lo confirman. Así, por ejemplo, en 1751, el marqués Gaetano Brancone, secretario de asuntos eclesiásticos del reino de Nápoles, informaba que las actividades y estatutos de la masonería “no iban ni contra nuestra santa religión, ni contra la fidelidad debida al Soberano, por el contrario, la prescribían”. Un masón interrogado por el santo Oficio de Lisboa, el comerciante Lamberto Bolanger, confesó en 1743 que “en aquella congregación cada cual vivía en su ley y que allí no se trataba de materia de religión, ni contra el rey, no habiendo oído decir nada en contrario”.

Cuando el hermano concluía la exposición de su plancha, el venerable maestro concedía la palabra a los miembros de la logia. Ya hemos indicado que los aprendices estaban obligados a guardar silencio. Respecto a los compañeros, al estar todavía sometidos a tutela, debían medir bien sus palabras y se consideraba signo de prudencia hablar poco. Todo era ceremonioso; un maestro hacía una señal para pedir la palabra al primer vigilante, éste lo comunicaba al venerable maestro. Si era concedida, el primer vigilante, se dirigía al peticionario para que trabajara. Entonces, se levantaba y se ponía al orden ejecutando el signo manual propio del grado. Tal posición hierática al orden tenía la finalidad de evitar que las manos ejecutasen gestos inconscientes de rechazo hacia las opiniones de otros hermanos, o pudieran ser interpretados por los demás como tales. En todo momento se dirigía sólo al venerable maestro, pues no estaba permitido intercambio de palabra alguna entre los asistentes. Todos se llamaban entre sí hermanos. En general, las intervenciones no se encaminaban a criticar los trabajos presentados. Por el contrario, el ánimo constructivo que debía presidir las tenidas, contribuía a que los turnos de palabras sirvieran para completar la plancha presentada y que, en definitiva, se creara el clima propicio para que los hermanos expresaran sus ideas, emociones, y sentimientos sin reserva alguna, pero con el mayor respeto posible. En 1754, el médico Nicolas Bresson, interrogado por la Inquisición lisboeta, explicaba que la masonería no era “en modo alguno contraria a la fe, al príncipe o a las buenas costumbres”, y que en logia, “si a alguno se le escapaba cualquier palabra inmodesta, estaría obligado a pagar la primera vez cuarenta sueldos... y a la tercera sería expulsado de la asociación y se advertiría de su conducta a los de otras logias para que no fuera admitido en ninguna de ellas”. Dado que la plancha era presentada a la Gloria del Gran Arquitecto del Universo, desde el mismo momento en que era leída, ejecutada u ofrecida en logia, carecía de autoría individual. De la misma manera en que el masón que depositaba el óbolo en el saco de beneficencia renunciaba a su propiedad, quien ofrecía una plancha, renunciaba a su autoría. Y los demás hermanos que la escuchan, si tomaban la palabra, debían hacer comentarios que sirvieran para ensalzarla o perfeccionarla.

Disponemos de muchos ejemplos de planchas presentadas en logia. Cabe citar las piezas musicales compuestas e interpretadas en logia por músicos como Mozart o Sibelius, poemas de Goethe, Alberto Lista, Rubén Dario, Rudyard Kipling, etc.

Una vez leída la plancha, podía ser aplaudida, aunque en esto, cada logia tenía sus propios usos. En muchas de ellas no estaba bien visto aplaudir por considerarse muestra de condescendencia que podía alabar la vanidad. En otras, era algo muy excepcional que había que medir muy bien para no crear distinciones entre planchas celebradas y planchas no aplaudidas. En todo caso, de esta manera tan disciplinada y protocolaria, el masón aprendía a expresarse, a escuchar y a debatir respetuosamente. Razón tenía el conde Joseph de Maistre al comentar en 1782 al gran maestro de su obediencia;

“Es inconcebible el influjo que las formas y aparato de las ceremonias pueden llegar a tener hasta en los hombres más equilibrados, impresionándolos y sirviendo para mantenerlos en orden (…) Pero, por no hablar sino de nosotros, treinta o cuarenta personas, silenciosamente alineadas a lo largo de las paredes de una cámara tapizada de negro o de verde, diferenciadas asimismo por singular ropaje y no hablando sino con permiso, razonarán sabiamente sobre cualquier objeto que se les proponga. Quitad las colgaduras y los hábitos, apagad de nuevo la vela, permitid que se desplacen solos de los asientos y veréis a esos mismos hombres precipitarse unos sobre otros, dejar de entenderse, hablar de la actualidad y de las mujeres”.

 Clausura de los trabajos

Dado que los trabajos se inician simbólicamente a Mediodía en Punto, es decir, cuando los rayos del sol (símbolo de la influencia celeste) dibujan una perpendicular perfecta con el suelo y posen más fuerza y vigor, también se concluían a Medianoche en Punto. El maestro de ceremonias apagaba las luces y enrollaba el tapiz de logia, el venerable cerraba el volumen de la Ley sagrada, guardaba el compás y la escuadra, y los obreros introducían sus herramientas en el interior de las dos columnas de la entrada.

Momento singular de la clausura de los trabajos era la formación de la cadena de unión por todos los asistentes situados en el centro de la sala entrelazando sus manos para simbolizar la ligazón del tejido cósmico y la unidad del universo por medio del amor fraternal. El venerable recitaba algún texto específico o invitaba a algún hermano a que improvisara algunas palabras. Si no, era usual entonar alguna canción. Recordemos que el masón Mozart compuso la cantata entrelacemos las manos (Lasst uns mit geschlungnen Händen, opus 623ª) precisamente para ser interpretada en este momento de la tenida masónica.

El ágape

Apagadas las velas y cerrados los trabajos rituales, los miembros de la logia celebraban un ágape en una sala contigua. Tal banquete fraternal, servido por los aprendices, también quedaba sometido a un protocolo que, por ejemplo, determinaba el orden de colocación en la mesa, o la forma de tomar la palabra, siempre con la venia del venerable maestro, procurando exponer las propias ideas sin imponerse a los demás. Un sacerdote masón, el padre José Augusto, confesaba en 1743 ante la Inquisición de Sevilla, que la masonería

“se reducía a considerar al hombre secundum se, en su ser natural, y a que sólo era hombre, sin importar que fuese Papa, Rey, sacerdote, religioso ni de otro estado, ni oficio, porque una vez que fuese francmason, aunque fuera monarca, dava la mano a un albañil, porque eran todos iguales en quanto hombres, y que en prueba de esto el Duque de Baviera le havía al reo servido en la mesa quando entró francmasón”.

Durante el ágape, aunque las conversaciones eran más libres y distendidas, seguía siendo obligatorio no tocar asuntos políticos o religiosos. Se leían poemas, se entonaban canciones, se hacían chanzas, se brindaba…

A este respecto, era obligatorio brindar en homenaje a determinadas personas según un orden fijo preestablecido, el cual variaba según los ritos. Usualmente, los brindis se realizaban de pie y bajo la dirección del maestro de ceremonias siguiendo este orden: 1º por el rey (el Jefe del Estado), 2º por todos los monarcas o soberanos (Jefes de Estado) que amparan y protegen la masonería, 3º por el gran maestro de la obediencia, 4º por el gran maestro provincial y 5º por todos los masones desgraciados (brindis del Retejador). Este último prolongaba una fórmula cuyo antecedente remoto se encuentra en el libro Ahiman Rezon publicado en Londres en 1756 por Laurence Dermott, gran secretario de la Gran Logia de los Antiguos. Dice así; “Por todos los masones, pobres o en la desolación, que están esparcidos sobre la superficie de la Tierra o por los mares, por un pronto alivio a sus males y un rápido regreso a su país natal, si así lo desean”. Además de estos brindis reglados, se podían proponer otros en honor de algún hermano visitante, del venerable maestro del taller, etc.

 Extractado de:

Javier Alvarado Planas, Monarcas masones y otros príncipes de la Acacia, Madrid, 2017, vol. I, pp. 35-39.

Javier Alvarado Planas, Apercepciones sobre la iniciación masónica, Madrid, 2019, pp. 181-212.