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El Nalón se consolida como enclave esencial para entender el arte paleolítico europeo

En la cuenca del río Nalón, las montañas guardan un secreto tallado hace decenas de miles de años. Grabados paleolíticos, cubiertos durante milenios por sedimentos, han llegado hasta nosotros como testigos silenciosos de los primeros intentos humanos por dejar huella en el mundo. Miriam García Capín, investigadora de la UNED, dedica su trabajo a descifrar estos trazos: “En determinadas zonas de algunos yacimientos, el sedimento cubría parte de los grabados. Como la cronología de los estratos sí es conocida, podemos afirmar que los grabados son anteriores. Esto nos permite situarlos, al menos, en los momentos iniciales del Paleolítico superior, cuando nuestra especie llegaba a Europa”, explica. Se trata, por tanto, de algunas de las expresiones gráficas más tempranas conocidas.
¿Sapiens o neandertales?
El debate sobre la autoría sigue abierto. Durante buena parte del siglo XX se atribuyó sin discusión el arte rupestre a Homo sapiens, considerado el único capaz de producir manifestaciones simbólicas. Hoy, sin embargo, las certezas no son tan firmes.
“Lo más fácil es inferir que lo crearon sapiens, pero no existen argumentos sólidos para negar una autoría neandertal”, matiza García Capín. La investigadora recuerda que, en la última década, algunas dataciones han situado ciertas pinturas antes de la llegada de nuestra especie, lo que abre la posibilidad de que fueran realizadas por neandertales. Además, se sabe que estos últimos utilizaban adornos personales y mostraban interés por elementos exóticos, lo que apunta a un comportamiento complejo y no meramente utilitario.
El arte paleolítico constituye, en muchos sentidos, una ventana a la evolución cognitiva y cultural de la humanidad. Iconos de animales, manos sopladas sobre roca, líneas que evocan figuras con apenas unos trazos. “Probablemente lo que llamamos arte paleolítico refleja la reutilización de determinadas capacidades cognitivas para una función para la que no evolucionaron en un principio”, reflexiona García Capín. La capacidad de interpretar huellas de animales para cazar pudo trasladarse al interior de las cuevas para “emitir el simple mensaje de ‘alguien ha estado aquí’, lo que ya es suficientemente informativo en un lugar hostil”. Los grabados del Nalón, añade, son un ejemplo claro: “Tres trazos bastan para hacernos pensar en una cierva. Eso muestra una elevada capacidad de abstracción y una percepción basada en la predicción, muy característica de nuestra especie”.

Conservar lo irreemplazable
Pero estos vestigios no son eternos. Su fragilidad exige una protección activa. “Si este patrimonio se pierde, no habrá segundas oportunidades. Cada yacimiento es único e irrepetible”, advierte la investigadora. La clave, señala, está en hacer partícipe a la sociedad: “El reto más importante es conseguir que los valoren como parte de su pasado. Solo así habrá interés en conservarlos”.
En esa línea, la divulgación es fundamental. “Devolver el resultado de nuestras investigaciones —que en muchos casos están financiadas con dinero público— a la sociedad es una labor de primer orden que no debemos olvidar”, señala García Capín.
Un ejemplo reciente ha sido el curso de verano celebrado en UNED Asturias —En los orígenes del arte: de neandertales a sapiens en la cuenca del Nalón—, dirigido por el catedrático emérito de la UNED Mario Menéndez y que concluyó el pasado viernes. La actividad combinó conferencias, streaming y visitas guiadas a yacimientos como las cuevas del Conde y de Santo Adriano. “Es una manera de abrir el debate científico a la ciudadanía, de implicar a la sociedad en la valoración de este patrimonio y de reforzar la idea de que el arte paleolítico nos pertenece a todos”, resume la investigadora.