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asignatura master 2024

asignatura master 2025

PENSAMIENTO ROMANO

Código Asignatura: 30001658

PRESENTACIÓN Y CONTEXTUALIZACIÓN

PENSAMIENTO ROMANO
30001658
2024/2025
TÍTULOS DE MASTER EN QUE SE IMPARTE MÁSTER UNIVERSITARIO EN FILOSOFÍA TEÓRICA Y PRÁCTICA
CONTENIDOS
5
125
SEMESTRE 1
CASTELLANO

El primer problema que plantea la filosofía romana es saber si, en efecto, hubo tal cosa, o si por el contrario nos encontramos ante un mero apéndice de la filosofía griega y, más en concreto, helenística, sin personalidad definida y de valor muy inferior. Ahora bien, plantear la cuestión de esta manera no deja de ser confundente, pues todo dependerá de lo que se entienda por “filosofía”; si por tal se entiende, por ejemplo, lo que hicieron Platón y Aristóteles en aquellas obras que el mundo académico ha consagrado tradicionalmente como más estrictamente filosóficas, en tal caso la filosofía romana podría quedar en un segundo plano (como por otra parte sucede por lo común en el mentado mundo académico). Pero si por filosofía entendemos la autoconciencia (crítica o no crítica, este es otro problema) que una época tiene de sí misma, es entonces evidente que los romanos sí tienen una filosofía propia, en la medida en que reflexionaron, en muchas ocasiones con sorprendente lucidez, sobre sí mismos y sobre su ubicación en el mundo. Por ello, para evitar innecesarios malentendidos, está asignatura ha sido rotulada con el título general y pretendidamente más ambiguo de “pensamiento romano”, pues sucede que las categorías hermenéuticas de las que habitualmente nos servimos para estudiar la filosofía griega no valen para Roma; más exactamente, si se aplican mecánicamente no sale o resulta un producto cultural muy diluido y de poca calidad en comparación con el griego. Pero esto no es problema de los romanos, sino de las categorías o, al menos, de su utilización indebida o abusiva.

Por otra parte, hay que tener en cuenta la enorme duración de la cultura romana. Frente a la relativa homogeneidad del mundo griego clásico, Roma conoce maneras muy distintas de organización social y política que se ven acompañadas de formas de pensamiento no menos diversas y cambiantes, a pesar de que en ellas puedan señalarse algunos hilos de continuidad que otorgan unidad a la reflexión romana. En efecto, no dudamos en decir, pongamos por caso, que tanto Tarquinio como Nerva son personajes romanos, siendo conscientes a la vez de la enorme distancia que separa al último de los reyes de la Roma arcaica del primero de los emperadores de la dinastía antonina. Lo mismo sucede en el ámbito del pensamiento: en medio de su gran diversidad hay sin embargo una cierta unidad que tal vez pueda sintetizarse en la imperiosa necesidad que siempre sintieron los romanos de afirmar su identidad cultural, particularmente a partir del momento en el que entraron en contacto con las culturas greco-orientales, unas culturas que en comparación con la de la Roma primitiva presentaban grados muy elevados de complejidad y desarrollo. Pero no se trata sólo de una perplejidad inicial pronto superada. Piénsese, por ejemplo, en el constante diálogo de Lucrecio, Cicerón o Séneca con la filosofía griega, en la importación de sabidurías orientales con todo su acompañamiento de prácticas cultuales y teúrgicas, o, incluso, en la recepción del cristianismo, a fin de cuentas también un producto cultural de origen oriental.

Por lo que aquí interesa todo ello quiere decir que si siempre es rechazable una visión inmanentista de la filosofía, aún lo es más a propósito de Roma. Si siempre es al menos recomendable un enfoque multidisciplinar, en el caso del pensamiento romano resulta poco menos que imprescindible. En primer lugar, porque el pensamiento romano más que abstracto y especulativo es práctico y concreto, y si tal vez quepa pensar, por ejemplo, que las muy abstractas especulaciones de Platón o Aristóteles pueden entenderse en sí mismas o en el contexto exclusivo de la tradición puramente intelectual en la que se inscriben, en el caso de un pensamiento, como el romano, tan apegado a las circunstancias de las que nace resulta poco menos que quimérico pretender desbrozarlo ignorando tales circunstancias. En segundo lugar, y por las mismas razones, sucede que el pensamiento romano adopta formas de expresión muy diversas, no sólo las más estrictamente filosóficas, sino también poéticas, historiográficas o jurídicas. Quien llevado por una inercia academicista sostenga que Cicerón o Séneca son filósofos, mientras que Polibio es un historiador y Virgilio un poeta se equivoca, porque Cicerón también fue un jurista, Séneca un dramaturgo, las páginas de Polibio están repletas de consideraciones filosófico-políticas y la Eneida, por su parte, es incomprensible al margen del trasfondo intelectual en el que inserta. En el mundo romano las distinciones se difuminan y nos obligan a cuestionarnos nuestro propio modo de hacer historia de la filosofía, historia política o más en general historia intelectual.

El segundo problema de carácter general que plantea el pensamiento romano es el de su periodización. Suele aceptarse a título meramente simbólico que la fecha inicial de la filosofía romana es el 155 a. C., pues en esta fecha llegó a Roma una embajada procedente de Atenas formada por Diógenes, Critolao y Carnéades: un estoico, un peripatético y un académico, una buena representación en definitiva de la filosofía griega, sobre todo porque los circunstanciales embajadores hicieron demostraciones públicas de sus respectivos saberes. La fecha, decía, tiene valor simbólico y la anécdota, transmitida por Plutarco, es lo suficientemente significativa como para convenir que en torno a estos momentos los contactos intelectuales y culturales entre Roma y el mundo greco-oriental son lo suficientemente estrechos como para que los romanos comiencen a “asombrarse” ante la existencia de otras formas, divergentes de las suyas, de entender el mundo y las relaciones entre los hombres; y la filosofía, Aristóteles dixit, comienza con el asombro. Ahora bien, uno se asombra ante la divergencia entre lo propio y lo ajeno, lo cual implica la existencia tanto de lo uno como de lo otro, es decir, antes de estos contactos más estrechos con la culturas greco-orientales los romanos no eran esos hombres que "arrastraban la vida, vagabundos, a modo de alimañas (…) Incapaces de regirse por el bien común, no sabían gobernarse entre ellos por ninguna ley ni costumbre” de los que habla Lucrecio (De rerum natura V, 925 y ss.). Muy al contrario, tenían tenían ya un “pensamiento” justo desde el cual pudieron asombrarse ante el de los griegos.

Con respecto al punto final la discusión podría ser no menos interminable: ¿cuándo acaba el pensamiento romano? ¿con el fin del mismo Imperio Romano? ¿en el momento en el que las influencias orientalizantes sofocan los últimos resplandores del pensamiento griego más originario? ¿es Agustín de Hipona un pensador romano? Siendo conscientes del carácter puramente convencional de la decisión adoptada el programa que propone la presente asignatura se extiende hasta el momento en el que el cristianismo entra en escena con personalidad intelectual y cultural propia, en parte porque con el cristianismo entramos en un mundo que se mueve en unas coordenadas que no es que sean ajenas a las greco-latinas, es que las contradicen e impugnan en gran medida. No es un proceso brusco de choque frontal, pues en el mundo romano hay elementos muy fácilmente asimilables por el cristianismo y este, a su vez, se configura doblando la herencia judaica de pensamiento greco-latino.